El Señor se pone en pie para hacer la lectura y tras hacerlo, nos dice el Evangelio, “toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él”. No sólo pendientes o expectantes para escuchar la explicación de Jesús y comprender la Sagrada Escritura ¡tenían los clavados en él! Son personas que han oído cómo Jesús había hecho milagros, o incluso los habían presenciado, y conocedores de que la Sagrada Escritura muestra el camino de la salvación y lo hace de algún modo presente, “clavan” en Jesús su mirada, tienen como la intuición de que Dios actúe en Él y podrían estar ante la salvación de Dios. Cristo les dice: “hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.
El Catecismos de la Iglesia Católica, siguiendo los textos del Concilio Vaticano II nos enseña en el número 104: “en la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos” . La fidelidad a esa enseñanza contenida en la Palabra de Dios nos unirá a todos los cristianos con el que es la Palabra hecha carne. No será desde las teorías teológicas o las ideologías que se nos dará la unidad. Hemos de ir todos juntos a leer la Sagrada Escritura y sin prejuicios dejarnos enseñar.
Dios es el autor de la Sagrada Escritura. El Espíritu Santo ha inspirado a los autores, respetando sus modos propios de expresarse sus cualidades y talentos, de tal manera consignaran por escrito todo lo que Dios quería, y sólo eso. “Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra” (Concilio Vaticano II, Constitución Dei verbum 11). Del hecho de estar inspirados se deriva la ausencia de error.
Para ser verdadero camino de unidad, hemos de leer e interpretar la Sagrada Escritura con el mismo espíritu con el que se escribió. No nos dejaríamos revelar la verdad que contiene, y Dios quiso manifestarnos, ni nos mostraría el camino de salvación, si la leyéramos al margen de cómo la lee e interpreta la Tradición de la Iglesia. Hemos de leer la Escritura en la “Tradición viva de toda la Iglesia”, como sentencian los Padres de la Iglesia: “la Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos”. Tradición de la Iglesia y Sagrada Escritura son inseparables, San Agustín sentenciaba: la autoridad de la Sagrada Escritura le viene de tener a Dios por autor, de ser inspirada, pero yo sé que está inspirada porque así me lo enseña la Tradición de la Iglesia. Ciertamente no habría llegado a nosotros la Sagrada Escritura, ni sabríamos distinguirla de tanta literatura de su tiempo que abordaron los mismo temas.
Que aquella que concibió en su seno la Palabra nos ayude a todos los cristianos a leerla y meditarla según el Espíritu por quien la Palabra se hizo carne.